La modelo de Bouguereau (2005) Pintura por Dario Ortiz

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  • Obras de arte originais Pintura,
  • Dimensões Altura 70,9in, Largura 53,2in
La modelo de Bouguereau 180 x 135 cm. Oleo/lienzo, 2005. Sobre esta obra: Classificação, Técnicas & Estilos Técnica Pintura [...]
La modelo de Bouguereau 180 x 135 cm. Oleo/lienzo, 2005.
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Darío Ortiz pintor y dibujante Por Alfredo Sigolo Padova, Italia 2000 Darío Ortiz Robledo es nacido en Ibagué hace 31 años, pero puede considerarse casi italiano de adopción, por sus[...]

Darío Ortiz pintor y dibujante
Por Alfredo Sigolo
Padova, Italia 2000

Darío Ortiz Robledo es nacido en Ibagué hace 31 años, pero puede considerarse casi italiano de adopción, por sus frecuentes estancias en este país y por su basta cultura especialmente en el campo del arte de nuestro renacimiento. Así son hechos para él los nombres de los grandes artistas del quinientos y del seiscientos. En la instalación de la escena, en el dibujo, en la elección del color, cuando no hasta en la temática tratada, no es difícil divisar en la obra el amor extraordinario por la época de la proporción aurea y la abnegación total al estudio de las técnicas y de la norma clásica. Es tan evidente y recalcante en Ortiz el referente técnico a la tradición que hace perder de vista un aspecto igualmente microscópico de su arte: aquel de ser una reapropiación de los esquemas icnográficos del renacimiento, de la doctrina, de la fisonomía y del orden sagrado. Pero la operación de Ortiz parece algo bien diferente a una simple variación citacionista. Al centro del mundo del artista está el hombre, Ortiz es en efecto pintor de figuras y de autorretratos; sus escenas son pobladas de personas que vienen bien sea del mundo antiguo o bien del contemporáneo: conviven y comparten el mismo espacio, pero la distancia entre los unos y los otros es marcada, más que de los hábitos, del velo de melancolía que invade los rostros de los hombres de hoy. Sucede también que en algunos casos, y frecuentemente le pasa a las figuras femeninas, los personajes modernos llegan a personificar la fiereza y la sacralidad clásica en un sutil juego de ambigüedad, siempre conducido en un modo extremadamente lucido y solemne. En todas las pinturas es evidente también la atención prestada al factor temporal, las acciones son acompasadas de ritmos lentos, solemnes, a veces se tiene la impresión que el tiempo se ha detenido, o que ha invertido su curso.

¿Es una visión pesimista aquella del pintor colombiano? Tal vez, pero se tiene la sensación que detrás de la melancolía está la esperanza de un reencuentro del hombre con el aprendizaje de los valores sacros y afectivos y, contextualmente, de la reconquista del tiempo como dimensión que permita el reconocimiento de si mismo y sus reflexiones sobre la vida. No es un simple tributo a la antigüedad aquel de Ortiz por lo tanto, pero más allá del llamado a un nuevo humanismo, diremos un “llamado al orden”, si eso no implicase precisas referencias históricas. El camino de Ortiz está trazado: si jamás su Hombre consigue salir vencedor de la confrontación con lo antiguo, si nunca se desvincula del lugar metafísico en el cual se encuentra y regresa al mundo (como ya lo hicieron los dioses de Mitoraj), tendremos quizás el “Hombre nuevo de Ortiz”

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