Añadido el 27 ago 2008
por Juan Manuel Silva
Todo artista tiene un conjunto o círculo de influencias de oscuro y ambiguo origen. Ningún esfuerzo será suficiente para explicar el arranque de un creador. Incluso, al intentar ubicarlo y clasificarlo se puede correr el riesgo de mal interpretar y unilateralizar su intención. Dice Herbert Read que el arte surge de una visión o de un acto de totalización de las experiencias vitales del propio artista y, por eso, tratar de comprenderlo de un modo demasiado preciso o es un engaño o es imposible.
Desde su adolescencia Dario Ortiz Robledo aprende las técnicas del gran arte pintando cuadros de trasfondo histórico, cuadros sobre la carga del Pantano de Vargas, los derechos del Hombre, Cervantes en la prisión y otros con temas de esa índole. Con el tiempo el virtuosismo técnico acompañara su obsesión de aprender de modo autodidacta. Dario Ortiz Robledo con su talento se hará notar en todos sus intentos de hacer figuración y de reconstruir con metáforas naturalistas la realidad del mundo en su obra. No sólo pasarán por sus manos los cuadros con motivos varios y "fáciles" de la Asociación Bolivariana de Pintores, sino los árabes, los campesinos, los caballos con los que a los veintiún años podía vivir de modo independiente. Sin embargo, de modo simultáneo el pintor trabajará los temas sociales y, con ellos, las carátulas de las revistas de análisis político, las carátulas de los libros y de las ilustraciones por docenas o, tal vez, por centenas, para textos pedagógicos y divulgativos. Desde un comienzo el pintor alternó la búsqueda de la recreación técnica y adecuada de los objetos del mundo con exploraciones conceptuales o, más exactamente, de significación. Sus cuadros desde siempre persiguieron representar y, por esos caprichos de su formación familiar y universitaria (estudió un tiempo química y luego derecho, pero nunca intentó empezar artes), tuvo siempre un marcado interés por las ciencias sociales y por las problemáticas ideológicas.
El proyecto religioso y reflexivo de Dario Ortiz Robledo se puede ubicar en todos los anteriores caminos que el artista ha recorrido en el desarrollo de su trabajo, al menos en los más importantes. Desde los bodegones de taller que pintó a los comienzos de los noventa y desde los cuadros abstractos y los expresionistas en los que se preguntaba por la animalidad, por la historia de la conquista y por el pasado mítico, como en la "Liturgia del jaguar", hasta cuadros más actuales en donde aparentemente se separa de lo religioso como en "Hacia la Tierra Prometida" o en "Tarde de lunes". Los cuadros de Dario Ortiz Robledo no dejarán nunca de ser de estirpe social porque son narrativas, porque son ideológicos, así no sean propiamente políticos, sino de sutil crítica social, de sutil irreverencia.
Existe en su obra religiosa un enorme gusto por el aprendizaje de la tradición pictórica, lo que ya Merleau Ponty en su libro Signos planteaba como el bagaje de las conquistas de la pintura en donde cada pincelada nueva permitía un avance en la conquista representacional del entorno humano. Dario Ortiz Robledo deja traslucir esa intención recuperadora en toda su obra pictórica y, en especial, en la que nos ocupa ahora. Lo hace porque tiene el talento del artesano, del maestro pintor, y, quizás, él aprendió de ellos sólo repitiéndolos y, también, soñándolos o idealizándolos: en él figurar conlleva a una búsqueda del virtuosismo. Su obra religiosa posterior representa el culmen de ese anhelo figurativo en su expresión pictórica. Considero que el mayor problema del pintor radica en esa autoconciencia un poco culposa del que se sabe poseedor de un "arte" viejo, un arte que, incluso, podrá ser admirado, aplaudido o deseado por alguno, pero al que hay que encontrarle, desde su propia perspectiva crítica, una salida tajante y contemporánea.
Dario Ortiz Robledo siente ese peso del pasado y no ha intentado instalarse en una pintura fácil, ha seguido, más bien, su gusto y su instinto que podría enunciar ahora que es narrativo, historicista, ideológico, porque refiere a lo que la gente cree, anhela o quisiera creer sobre lo trascendente, incluso más que sobre lo religioso como tal.
Dario Ortiz Robledo está jugando con la historia de la pintura, con sus personajes prototípicos y con sus motivos. Esto se constituye en una especie de posmodemismo de corte historicista, ya que Dario Ortiz coloca personajes y objetos de diversas épocas en un contexto ideológico y de significación al cual no corresponden.
En sus obras, en muchas de ellas, existen saberes sobrepuestos ese palimpsesto, ese libro que se copia y se retoca como por capas, de su particular experiencia de aprendizaje mezclada con elementos y gestos contemporáneos. A más de colocar con frecuencia su "ser", su propio retrato, el de ese pintor que se observa a sí mismo contemplando esos aspectos de la historia del arte. Lo realiza desde un gesto que pudiera afirmarse, si no conceptual, sí conceptista, ya que lo ideológico - narrativo no es producto del proceso de creación sino por la significativa composición que el pintor intenta lograr. El conceptismo de Darío Ortiz está entremezclado también con un cierto esbozo de barroquismo, no en la composición que es muy clásica, sino en el exceso de elementos en el cuadro, en la ausencia de vacíos, en ese temor a no significar. Su composición oscila entre el barroquismo de algunos cuadros y el manierismo conceptista. Dario Ortiz Robledo ha dado una vuelta para tratar de escapar a esa facilidad de representar que él posee.
Realiza sus motivos religiosos así él no crea estrictamente en aquello que representa, porque Dario Ortiz es hombre de fines de siglo. Ya no existen verdades absolutas, sólo recreaciones y acuerdos culturales que se han de aceptar o rechazar. "Yo no parto de temas, mi pintura trata es del hombre, de los problemas y los conflictos del ser humano. La razón por la cual utilizo a Rubens, por ejemplo, o a cualquier otro pintor, es porque creo que el conflicto ha variado muy poco desde la época de Rubens a mi época. Los temas que se han repetido en la historia de la humanidad lo que hacen es señalar enfáticamente que están dando los mismos mensajes. Un historiador del arte común nos dirá que estos temas parten de la religiosidad y del momento histórico, pero esto no es verdad propiamente, lo que la gente en realidad sentía al ver aquellas pinturas era el poder palpar con ellas un manejo de sus propias pugnas con la vida. Eso es lo que se repite mil veces en la historia del arte".
Considero que el conceptismo es un elemento fundador básico de su obra, y sobre todo de su pintura religiosa, y que desde allí se podrá valorar el techo actual, el horizonte de la obra actual de Dario Ortiz Robledo. Desde los juegos que él realiza continuamente sobre las creencias, sobre los motivos religiosos, es desde donde el pintor validará su destacado y ambicioso proyecto.
Su juego con lo religioso lo vuelve pródigo e intencionado. Por significar Dario Ortiz Robledo se arriesga a la acumulación de imágenes, incluso al collage. Pero solamente basta con observar los detalles, los gestos de sus personajes para percibir el gusto del pintor por ese arte de figurar. Para ello habría que examinar los detalles de muchos de sus cuadros. Pudieran ser los personajes de "Cuatro Santos en casa de María", de "Oración por la vida", son detalles grandes y pequeños. En "Susana y los viejos", por ejemplo, evidentemente el cuerpo de la modelo adquiere ese valor recreador y fundador que el poeta anhela; pero hay varios cuadros en ese cuadro. Coexiste junto a la simetría cuidada, al equilibrio de las composiciones, un desborde en el número de elementos presentes en el cuadro. Es posible observar en todas sus dimensiones figurativas esos fragmentos cuando se los separa a través de detalles.
Para realizar su proyecto religioso o de creencias no escoge las obras que siempre han sido pintadas, explora aquellas que encierran una maestría olvidada, una composición no recreada con frecuencia por los pintores de los siglos siguientes. ¿Por qué, entonces se pregunta, no pintar una Virgen, una señora, un gesto ejecutado antaño y relacionarlo desde las paredes de la cárcel cotidiana de un cuadro que relata un pequeño fragmento de la vida contemporánea actual?
Hay en su obra una preocupación por los significados y por las mezclas, por los elementos decorativos, por los pretextos textuales que van desde unos zapatos hasta instrumentos o ropas y actitudes que delatan la superposición de contextos y situaciones históricas dentro del cuadro. Quizá el pintor sí se ría de esas mezclas. A veces, su intención es evidente, como cuando juega con Obregón, personaje central de su cuadro "El Discípulo", quien nada tenía que hacer en ese taller de arte figurativo en donde él está representado. En esa pintura lo religioso se encuentra relegado al fondo de las paredes, a la causalidad.
Existe un sentimiento religioso presente en su obra. Más es un sentimiento atravesado por otras sensaciones y valores significativos. Aparecen en él ciertas alteraciones que se puede decir que se sueltan en las pinturas a modo de conceptos, de ideas sueltas que sobrepone y que añaden varios planos de significación al cuadro. Las manos, los pinceles que denotan el sentido particular de la pintura, la labor del pintor, su autoconciencia. Así, cruzan su obra sus autorretratos, su juego con el propio rostro. Muchos de sus personajes se asemejan a Dario Ortiz Robledo. Sólo se asemejan; pero otros lo son claramente. Denuncian el taller del pintor que sabe y plantea que está buscando cotidianamente algo para poder vivir y expresarse.
Existen otras irrupciones en la normatividad del cuadro. Pies, caras, cabezas, como en los primeros cuadros de la serie, tales como "La Anunciación", y que se revela en la suma de "Madonas y santos"; pero también hay cabezas, manos sueltas y pies en varios de sus trabajos; además de libros, relojes y otros objetos que rompen la significación y que son sobrepuestos o colocados, a veces, con cierta concordancia con la situación o escena que se representa. Luego vendrán los personajes claramente contemporáneos que se alternan con las figuras de los cuadros clásicos como en el "Lavatorio de pies" o en "Sobre cómo Cargar una Cruz" entre otros muchos. Los personajes del pasado, no obstante, no se "miran" con los del presente. Se entrecruzan y hacen parte del teatro normal de esas antiguas pinturas. En la obra de Dario Ortiz Robledo sí sobresalen porque se salen de lo esperado hoy muestran en su conjunto el exceso que el pintor ha propiciado. El cuadro adquiere, pese a su austeridad, un sesgo parcial de recreación, de violencia que en las pinturas de antaño no se notaba como en su cuadro "Tu desnudez". No en vano ha dicho el autor en alguna ocasión que el cristianismo hizo una apropiación directa y violenta de los temas sagrados. Dario Ortiz ha querido hacer la suya especial. Mas hay un cuidado y discreto aire profano en sus trabajos. Hay cierto descreimiento disimulado de los temas mismos. No así en algunas de sus primeras obras, en esos apóstoles expresionistas, en esos pescadores y discípulos junto a Jesús en una obra, aún convencional con respecto a las actuales, denominada "El Milagro". Es posible observar el cambio con respecto a los primeros apóstoles en los posteriores, tales como "Apóstol V" o el "Apóstol VI".
Puedo afirmar, para matizar todos estos juicios, que su proyecto no es absoluto y que el pintor logra también esa esencia de lo simple. Por ejemplo, en Estudio de rostro para "En el Taller" o en "Angustia en Silencio", en "Apóstol III", así como en los múltiples estudios que realiza; incluso en cuadros mucho más complejos como "El discípulo", o como en "Otros Tiempos" o en "Annunciazzione" 1993. La expresión que busca su camino, cuando se tiene corriente, caudal, abre su propio canal expresivo por donde tiene que hacerlo, así tenga esa desproporción, que es la que se le da vitalmente al artista, la que lo hace hacer ser un pintor con proyecto y no otro. Desproporción que le otorga, además, cierto atractivo ideológico, como sucede con los cuadros latinoamericanos de crítica social de mediados de siglo, cuadros que él traslada desde lo ideológico y narrativo a la dimensión más íntima y personal del creer y de lo religioso.
La expresión poética es la única por la que el verdadero artista sacrifica todo. En su lograda serigrafía de la última cena sacrifica el color y el montaje diverso de elementos fuera de contexto. Me refiero a la serigrafía del "El Cáliz de Elías". Allí sacrifica todos o casi todos los elementos externos al motivo religioso tradicional. Lúdicamente, presenta un Cristo que no posee ningún papel heroico ni dramático en la composición del motivo. Lo externo al sentimiento religioso se reduce a ese rostro. Ese Cristo es el eje que disuena, que chupa y produce extrañamiento en la obra. El pintor no necesita de más, no se sobreactúa. Se sonríe socarronamente del papel que ha tenido que representar en el cuadro porque es él o lo parece. Es muy posible, y no sólo por el parecido físico con el propio Dario Ortiz Robledo, que este detalle exprese en general la misma crisis actual de las grandes religiones sobre la que no abordaré demasiado por falta de espacio, a más de la propia crisis personal del autor ante los dogmas tradicionales del cristianismo y del catolicismo. Dario Oltiz participa con plena conciencia de la pregunta de fin de milenio por el sentido, lo hace a su particular modo, así como de modo simultáneo lo realizan otros pintores de los noventa. En sus cuadros se esconde el ansia de integración con el cosmos, el misticismo; así como ese vacío, esa pregunta sin respuesta casi por la fe perdida. Ya no se puede creer a pie juntillas, al pie de la letra los dogmas. Lo que el autor busca es expresar la renovación problemática por el interés religioso de fines de siglo, detrás de sus cuadros puede que esté esa interpretación de la historia y una búsqueda personal y muy intelectual de lo religioso. Esto se observa en cuadros de envergadura y logro como "Annunciazzione" 1993. En general, los personajes de los cuadros de Dario Ortiz son como esos actores sociales que juegan el rol de ciudadanos promedio, de personajes de ciudad. Pero en la práctica social son imposibles, son imaginados; porque son creaciones estéticas, porque son preguntas abiertas, son búsquedas aún del propio pintor que junta el pasado con el presente. Y la factura misma de los cuadros permite vislumbrar ese tipo de artificio. Tal vez, están pegados como seres irreconciliables socialmente con el presente histórico en esas composiciones como en "La fiesta de las flores". A diferencia del cuadro cuyo tema es el autorretrato del pintor conversando con lo clásico, me refiero al cuadro "Los Maestros", allí hay comunicación explícita entre los personajes del pasado en el cuadro y los del mundo actual; es un diálogo "real" con el autor. Es este el gran interés oculto de Dario Ortiz Robledo, es este su asunto íntimo: el gran pretexto para poder pintar las creencias. "Mi pintura se volvió un diálogo con los maestros, como si los fantasmas hubieran llegado al taller y se hubieran posesionado de él para arrastrarme ferozmente a la pintura. Yo hoy en día no hago panfleto religioso, ni hablo, ni pinto el tema religioso, yo pinto lo que yo siento y en lo que me reflejo como ser humano, vuelvo a los conflictos que imperan desde......"
Sus personajes están puestos, son hieráticos; pero chocan con la realidad social del presente. Producen, por consiguiente, un efecto distinto al de la pintura religiosa clásica. Existe un intento de trascendencia en los personajes de Dario Ortiz. Esta trascendencia ya no puede pretenderse con la misma caracterización del pasado, con la misma pose. Valdría la pena hacer la comparación entre los originales de Andrea del Sarto y las versiones de Dario Ortiz. Por ejemplo, la "Madonna de las arpías" con "El Lavatorio de los Pies"; comparar la Anunciación clásica del mismo autor con la contemporánea denominada "Annunciazzione" 1993. El ] pintor es consciente de su oportunismo, porque usufructúa esa contradicción: él usa a sus personajes. No está pintando fanáticos religiosos ni fanatismos. Utiliza esa reverencia con distancia de los personajes clásicos; respeto y reverencia discreta, distante, que hoy no sería tan frecuente. "En Mateo y el Ángel", donde el rostro un poco surreal que aparece sobre la mano del personaje no le añade, no le comunica mucho, atrapado como está ese individuo en su conflicto interior. Por fuera de una estrategia salvacionista en la que el autor de la obra, el pintor, no cree hay en ese cuadro dos sentimientos, dos mundos irreconciliables. Dario Ortiz está, más bien, y lo ha dicho él mismo, volviendo al problema esencial del ser humano que lo hace recaer en lo religioso, que lo hace preguntarse por Dios, etcétera. Él, desde esta consideración, pienso, tiene que justificarse pintando figurativamente.
Existe, no obstante, una gran virtud poética en "Mateo y el Ángel", cargado con la fuerza existencias de la soledad contemporánea si no desprendemos un podo del santo o de la figura acompañante Igual sucede con "Esperando en el Lugar de las Apariciones". Allí, la polifonía de voces, de significaciones, nos da una luz acerca del camino que está tomando el pintor. El no intenta la mesura y el mero representar del chileno Claudio Bravo, tampoco quiere la simetría y la tranquilidad de la obra de Fernando Botero.
Los ciudadanos de fines de siglo nos rodeamos de objetos, de elementos, de personajes, de seres; mas ya no poseemos ni sabemos exactamente cuál es el sentido de su trascendencia. En realidad no importan los motivos, ni siquiera se podría afirmar demasiado para el autor. Si acaso, se diría desde la Estética de Theodor W. Adorno, sólo para comprender que el cacharro de barro es una pieza arqueológica de alguna pretérita cultura. Importante porque está desaparecida. A Dario Ortiz, sin embargo, no le importan, como se ha planteado, tanto sus motivos. Él no los hace me refiero a los cuadros propiamente desde el ánimo de subvertir los significados que proclaman los motivos de las pinturas, sólo desea denotar la multiplicada facilidad de nuestros saberes. Si se mira el cuadro "El discípulo", nosotros comprenderemos que esos personajes son importantes, que Obregón es uno de los más grandes pintores colombianos, comprenderemos que ése es su taller y que así trabajaba Obregón, y, también, comprenderemos que detrás de las paredes imaginarias de su estudio estaban las creencias y algo del canon clásico del cual hace parte el mismo pintor en cuanto a Colombia se refiere. Y habrá quien se crea su narración, su lúdica crítica, su coqueteo con el canon pictórico y junto a ese saber se ubica, en esencia, el sentimiento religioso, el motivo religioso.
La narración posmoderna que propone es la de pintar por pintar, de juego de los personajes, de las mezclas y de la carencia de una verdad histórica. De ese talante es su interpretación religiosa, su juego de creencias. Y podemos ver su logro, su valor en cuadros como "Profetas y Escribanos", que con sus desequilibrios narrativas como esa mano con pincel que allí brota de la nada del cuadro haga comprender