Dario Ortiz
"LOS OLVIDADOS" REVISTA DINERS Por Wilson Arcila
JUNIO 2001 EDICIONES GAMMA
Por Wilson Arcila
El joven pintor Darío Ortiz asume ahora el drama de la marginalidad y la violencia en Colombia. Expone veinte obras en Austria y Yugoeslavia e ingresa en la polemica sobre la validez del arte comprometido con el conflicto nacional.
El pecado más grave de nuestra hora, reclamaba el filósofo español Camón Aznar, es el hecho de que los grandes duelos, los sacrificios multitudinarios, los magnos crímenes, han pasado al flanco del arte como si no hubieran interesado a la sensibilidad artística y que la espantosa catástrofe de la última guerra mundial "no ha dejado ningún residuo artístico cotizable", a no ser el horror al mundo y al hombre, reflejado en su alejamiento de las formas.
Asombra desde esta perspectiva el hecho de que un artista joven como Darío Ortiz (32 años) asuma un compromiso con la realidad de una historia que a pesar de ser nacional, no deja de abarcar al ser huma-no en su universalidad. La violencia contra el ser humano ejercida desde cualquier ámbito es siempre condenable y es siempre universal. Ortiz hace un interregno en su parábola renacentista que lo venía caracterizando y pasa de pintar vírgenes, apóstoles y madonas modernizadas a representar los muertos y heridos de nuestra guerra y el dolor y la tristeza de los desplazados tanto por el conflicto como por otras causas de carácter social.
El compromiso de Ortiz con la realidad de su país -y por extensión con el mundo es de fondo: pinta Mi Barrio a partir de su acercamiento íntimo con los personajes, de compartir y dialogar con ellos, de adentrarse en sus almas para transmitimos una realidad que de tanto conocida se nos ha vuelto indiferente. Indiferencia, en general, que cobija las masacres diarias, los atentados, los desplazamientos, contra la que el artista se rebela: "Mi generación no es la generación X embrutecida por la televisión y el consumismo, es una generación mutilada por acontecimientos salvajes de una historia que nadie se ha atrevido a escribir", como señala el artista en el magnífico catálogo editado para su exposición en Austria.
Impecables en su ejecución, las pinturas de Ortiz revelan un admirable oficio y permiten rastrear sus influencias y conocimientos. Abstracto en los inicios de su carrera, toma la opción de la figuración clásica luego de un periplo por Italia, opción que también revela una clara admiración por Velásquez, así como la asimilación de técnicas impresionistas.
Siguiendo un camino paralelo al de las obras recientes de Femando Botero, Ortiz se aleja del maestro antioqueño no sólo en lo formal sino en la distancia que ambos toman: Botero, más frío y racional; Ortiz, cálido y emotivo. En Botero hay dolor, en Ortiz hay amor, y ambos sentimientos son vehículos válidos para la denuncia. En Que alguien me ayude el efecto de luz produce un hálito poético que nimba el cuadro. Con Ortiz podemos saludar una apetencia de calor humano, de resonancia fraterna en la intimidad del espectador.
