Los principios fundamentales del futurismo italiano: velocidad, movimiento y tecnología

Los principios fundamentales del futurismo italiano: velocidad, movimiento y tecnología

Olimpia Gaia Martinelli | 27 may 2025 11 minutos de lectura 0 comentarios
 

El futurismo, en su fase más intensa (1909-1916), fue una chispa revolucionaria que cambió para siempre la manera de concebir el arte. Mediante su exaltación de la velocidad, el movimiento y la tecnología, el movimiento creó un nuevo lenguaje visual e intelectual, capaz de influir en el expresionismo alemán, el dadaísmo, la metafísica, el vorticismo inglés, así como en la arquitectura y el cine contemporáneos...

Futurismo: una explosión de modernidad

El futurismo nació en 1909 como un grito de ruptura. Liderado por el poeta Filippo Tommaso Marinetti, el movimiento hizo su primera aparición pública el 20 de febrero de 1909, con el Manifiesto del Futurismo , publicado primero en La Gazzetta dell'Emilia y luego en la portada de Le Figaro , el diario más leído de Francia. Fue el comienzo de una campaña ideológica y cultural que sacudiría a Italia —y mucho más allá— al destruir simbólicamente el pasado para glorificar el futuro, la velocidad, la tecnología y la modernidad urbana.

Nacido en Milán pero difundido rápidamente a Turín, Nápoles y luego al extranjero, el futurismo se basa en una alianza entre la literatura, las artes visuales, la música, la arquitectura e incluso la gastronomía. Marinetti fue su incansable impulsor, pero el alma visual del movimiento fue Umberto Boccioni, acompañado de Giacomo Balla, Gino Severini, Carlo Carrà y Luigi Russolo. Juntos, ayudaron a definir un arte nuevo, dinámico y fragmentado que respondía al frenesí de la vida moderna.

Finalmente, cabe destacar que este movimiento se estructura en torno a tres principios fundamentales que definen fuertemente su identidad estética e ideológica: velocidad, movimiento y tecnología. Mucho más que simples temas recurrentes, estos conceptos son para los futuristas instrumentos concretos de revolución artística, medios por los cuales el arte se convierte en un reflejo directo de la energía, el ritmo y la transformación del mundo moderno. Veamos ahora en detalle cómo cada uno de estos elementos contribuye a construir la visión futurista.

Umberto Boccioni, La ciudad se levanta , 1910-11. Óleo sobre lienzo. MoMA, Nueva York.

1. Velocidad: energía en movimiento

Para los futuristas, la velocidad era una auténtica religión secular, un símbolo del poder transformador de la modernidad. Los automóviles, trenes y aviones fueron celebrados como las nuevas deidades industriales. Marinetti llegó a decir que “un coche de carreras… es más bello que la Victoria Alada de Samotracia”, subvirtiendo la idea clásica de belleza para exaltar la potencia y el rugido del motor. En pintura, esto se tradujo en pinceladas rápidas, líneas diagonales y composiciones que parecían literalmente saltar del lienzo.

La glorificación del progreso fue acompañada de una visión agresiva de la realidad: la guerra, que Marinetti llamaba “la única higiene del mundo”, era vista como una fuerza motora de renovación. Esta actitud llevó al grupo a alinearse en parte con el nacionalismo y luego con el fascismo, lo que tuvo una influencia ambivalente en la recepción del movimiento.

Un ejemplo llamativo: Il lavoro (que más tarde se convertiría en La ciudad se levanta ) de Boccioni, realizada en 1910, marca el nacimiento de la pintura futurista. Es una escena urbana atravesada por una tormenta de colores y fuerzas, que simboliza el surgimiento de una nueva era. La exposición de Milán de 1911, organizada también para apoyar a los desempleados, demostró claramente el vínculo entre arte, acción social y modernidad. Ahora veamos este trabajo en detalle...

Análisis de una obra rápida
En el corazón vibrante del futurismo, La ciudad se levanta de Umberto Boccioni no es simplemente una pintura: es una explosión visual de fuerza, energía y velocidad incontrolable. Creada entre 1910 y 1911, esta obra encarna la esencia misma del ideal futurista: la celebración del progreso como impulso irresistible hacia el futuro, encarnado en el poder físico de los hombres y la furia de los animales lanzados hacia adelante. Boccioni no narra una escena, la transforma en pura tensión dinámica. La obra de Milán, con sus edificios en construcción y las chimeneas al fondo, se convierte en el escenario simbólico de una revolución urbana y social, mientras en el centro se produce un auténtico choque entre naturaleza y modernidad.

El caballo rojo del centro, casi mítico en su carrera, se convierte en el punto focal del movimiento. No se trata de un animal común y corriente, sino de un símbolo de energía primordial que los hombres intentan en vano domar. Sus brazos extendidos, sus músculos contraídos, las líneas oblicuas que los cruzan reflejan un esfuerzo casi heroico. Pero en esta lucha no hay drama ni dolor: hay entusiasmo, hay voluntad. Para Boccioni, el hombre moderno es el creador de una nueva era y el esfuerzo físico se convierte en exaltación, acto de conquista. A diferencia de otras obras futuristas, ésta no glorifica la máquina, sino la velocidad humana: viva, escultural, dinámica.

La técnica de Boccioni rechaza cualquier forma de fijeza. Las pinceladas filamentosas, heredadas del divisionismo, se someten a las leyes de la velocidad. No construyen masas sólidas, sino que trazan líneas de fuerza. Todo está en movimiento: el color, el espacio, los cuerpos. La perspectiva sigue ahí, pero está desbordada por el impulso de las figuras que se proyectan hacia el espectador, como si la pintura quisiera emerger del lienzo para absorbernos en su frenesí. No hay punto de anclaje: la mirada salta de un caballo a un trabajador, atrapada en un torbellino de formas y colores que gritan modernidad.

En este torbellino visual, The City Rises se convierte en una declaración de amor a velocidad futurista. No es una simple representación del presente, sino una visión profética: el mundo está cambiando, se construye, se acelera. La ciudad, símbolo supremo de la civilización moderna, aún no está terminada, pero “se levanta”, se levanta con el impulso de quienes nunca miran atrás. Y en este impulso, los hombres y los caballos ya no son figuras pasivas, sino los protagonistas míticos de una nueva era.

Giacomo Balla, Dinamismo de un perro con correa , 1912. Óleo sobre lienzo, 89,8 × 109,8 cm. Galería de Arte Albright–Knox, Nueva York.

2. Movimiento: el dinamismo como lenguaje

El futurismo hizo del movimiento un principio fundador. A diferencia de los pintores académicos, los futuristas querían capturar el gesto, el ritmo, la transición. Así nació el dinamismo plástico , es decir la representación simultánea de varias fases de una acción.

En el Manifiesto de los pintores futuristas (1910), Boccioni y sus colegas declararon la guerra al culto al pasado y pidieron un arte que celebrara la transformación y el frenesí urbano. De ahí la adopción de técnicas inspiradas en el divisionismo y el cubismo, pero hechas más agitadas y vibrantes: imágenes fragmentadas, formas superpuestas, colores puros e intensos.

El concepto de líneas de fuerza —adaptado del cubismo— se convirtió en un elemento visual central. Estas líneas daban la ilusión de que las figuras se movían, transformando el lienzo en una especie de fotograma viviente. La influencia de la fotografía de movimiento (Muybridge, Marey) llevó a los hermanos Bragaglia a desarrollar la fotodinámica , una técnica fotográfica que captura gestos de forma borrosa y en secuencia, anticipándose así al cine experimental.

El futurismo también exploró otras formas de arte en movimiento: Russolo inventó nuevos instrumentos musicales y escribió El arte de los ruidos (1913), mientras que Bragaglia dirigió la película Thaïs (1916), el único largometraje futurista que se conserva, conocido por sus escenarios abstractos y dinámicos.

Análisis de una obra en movimiento
En 1912, Giacomo Balla pintó Dinamismo de un perro con correa , una obra que encarna plenamente la celebración del movimiento, uno de los principios fundamentales del futurismo. Elegí este cuadro precisamente porque representa directa y visualmente la energía dinámica que los futuristas querían inculcar en el arte, rompiendo con la inmovilidad de la pintura tradicional. La escena muestra a una mujer caminando con su perro por una acera urbana. Pero no es la historia lo que interesa a Balla: es el movimiento, la velocidad, el ritmo frenético de la vida moderna. El artista enmarca la escena en los pies de la mujer, el dobladillo de su vestido, el cuerpo del perro y la correa, multiplicando y superponiendo las imágenes en una secuencia que captura la impresión de movimiento continuo.

No se trata de un mero ejercicio estilístico. Balla logra una verdadera revolución visual: a través de la superposición transparente y rítmica de piernas, colas y telas en movimiento, transforma la acción en un flujo ininterrumpido. Esta técnica, influenciada por la cronofotografía de Étienne-Jules Marey, permite al artista representar el tiempo y el movimiento sobre una superficie fija, haciendo vibrar el lienzo con energía. Las curvas repetidas en forma de ondas de la correa conectan simbólicamente al perro y a su dueño, fortaleciendo su vínculo dinámico.

La obra no se limita a representar el movimiento: lo magnifica, lo sitúa en el centro de la experiencia visual. Nada es fijo ni contemplativo en esta imagen. Cada elemento contribuye a una explosión de vitalidad, e incluso el fondo, con sus líneas diagonales de la acera, parece moverse en dirección opuesta, amplificando la sensación de velocidad. Así, Dinamismo de un perro con correa no es sólo un ejemplo de arte futurista, sino una declaración de intenciones: el futurismo quiere liberar la pintura de la inmovilidad y convertirla en un reflejo del mundo moderno, un mundo de carreras, urgencia y transformación.

Alfredo Gauro Ambrosi, Aeroritratto di Mussolini aviatore , 1930. Colección privada.

3. Tecnología: motor de la imaginación

Desde sus primeros manifiestos, la tecnología se ha consolidado como un pilar de la estética futurista, no sólo como tema a representar, sino también como herramienta creativa y conceptual. Los futuristas explotaron las nuevas tecnologías de imprenta, comunicación y transporte para difundir sus ideas por toda Europa, cruzando las fronteras nacionales. Las exposiciones de París (1912), Londres y Berlín contribuyeron a hacer del futurismo un movimiento artístico internacional.

La influencia de la máquina y del mundo industrial también es perceptible en la escultura. Con Formas únicas de continuidad en el espacio (1913), Boccioni transforma el cuerpo humano en una entidad mecánica, fusionando la anatomía con la ingeniería. El arquitecto futurista Antonio Sant'Elia imagina ciudades verticales, con tráfico de varios niveles, con una estética que prefigura el Art Decó y la ciencia ficción.

El arte futurista también se abrió al gráfico, a la publicidad, al mobiliario y a la aeropainting , la pintura inspirada en la visión del mundo desde el aire, como la de un piloto en vuelo. En la década de 1930, el movimiento se renovó a través de carteles fotográficos y experimentos con negativos múltiples, realizados por artistas como Tato (Guglielmo Sansoni).

El futurismo nunca fue un fenómeno estrictamente italiano. En Rusia, el cubofuturismo desarrolló ideas similares aunque afirmando su independencia de Marinetti. En Japón, artistas como Gyō Fumon y Seiji Tōgō reinterpretaron el lenguaje futurista con una sensibilidad oriental. En Estados Unidos, Joseph Stella produjo obras como Battle of Lights, Coney Island (1913-14), donde la luz y el movimiento formaban una danza industrial.

Análisis de una obra tecnológica
El Retrato aéreo de Mussolini de Alfredo Gauro Ambrosi es una obra notable por su poder visual y su ambición ideológica. Realizada en la década de 1930, en plena era fascista, no debe leerse hoy como una glorificación política, sino como un reflejo del contexto histórico y cultural de la época: una época en la que el régimen totalitario penetraba todas las formas de arte, y en la que la propaganda se mezclaba con la investigación estética. El análisis de esta obra apunta, por tanto, menos a un juicio moral que a una comprensión del lenguaje visual que expresa las tensiones, visiones y ambiciones de la Italia de aquellos años.

Ambrosi, representante de la segunda generación de futuristas, se unió al Aeropainting , una de las ramas más fascinantes del futurismo en la década de 1930. Esta tendencia, teorizada en 1929 en el manifiesto Prospettive di volo , celebraba el vuelo como una revolución perceptiva. Volar permitía ver el mundo desde una perspectiva nueva, dinámica y vertiginosa: “una realidad absolutamente nueva”, en palabras de Marinetti, Depero, Prampolini y otros firmantes. Fue esta nueva realidad la que inspiró composiciones donde la visión tecnológica y la tensión simbólica se entrelazaron.

En este aeroritrato , Ambrosi fusiona un mapa aéreo de Roma con el perfil monumental de Benito Mussolini, que emerge de las calles y edificios como una escultura viviente. El rostro del Duce no se superpone simplemente a la ciudad: es la ciudad. El Coliseo, las calles del centro y los monumentos romanos confluyen en sus fisonomías, fusionando al hombre y a la nación en una única entidad visual. La intención propagandística es clara: Mussolini es presentado como la encarnación directa de Italia, enraizada en su historia milenaria pero orientada hacia un futuro mecanizado y moderno.

Más allá de la retórica política, lo que hace que esta obra sea significativa es la forma en que la tecnología y la visión artística se unen. La imagen nace de la sensación de vuelo, del avión como herramienta que transforma radicalmente la percepción del espacio y del tiempo. El artista adopta una perspectiva aérea, casi como la de un periscopio volador, que invierte la visión terrestre tradicional. La composición ya no obedece a las reglas clásicas de la perspectiva: se convierte en una experiencia dinámica, fragmentada, decididamente futurista. La obra es así una poderosa síntesis entre mensaje político, imaginación tecnológica y revolución perceptiva.

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El espíritu inmortal del futurismo

El futurismo, en su fase más intensa (1909-1916), fue una chispa revolucionaria que transformó para siempre la manera de concebir el arte. A través de su exaltación de la velocidad, el movimiento y la tecnología, el movimiento forjó un nuevo lenguaje visual e intelectual, capaz de influir en el expresionismo alemán, el dadaísmo, el arte metafísico, el vorticismo inglés, así como en la arquitectura y el cine contemporáneos.

Después de la Primera Guerra Mundial y la muerte de Boccioni y Sant'Elia, el futurismo no desapareció, se transformó. En los años 1920 y 1930, bajo la dirección de Marinetti, se adaptó a una nueva era, aunque su vínculo con el fascismo ha nublado parcialmente su legado. Sin embargo, su espíritu sigue vivo: en los gráficos, en el diseño, en el cine y en cualquier forma de arte que se atreva a imaginar el futuro como una energía que rompe todos los límites.

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