Añadido el 6 jun 2006
Es mediodía en La Habana, el sol penetra en la casa clara, fresca, rodeada de ventanas, iluminando un montón de dibujos. Acostado sobre el piso, ante la cartulina blanca, virgen, un niño de diez años insiste en penetrar el misterioso mundo del color y la forma. Pero el tiempo traza su espiral y ahora es Septiembre de 1992, ante el adolescente, recreando la imagen sugerida del poeta, una mujer desnuda y con sombrero le sirve de modelo al esbozo, al trazo decidido que muy pronto estará convertido en arrebatos de verde-césped, de verde-carne, en monocromas sombras que inmortalicen la sensualidad de esta primera entrega. Faltan aún muchos amaneceres antes de que este juego de las tardes se convierta en ritual de cada día, Antes, deberá transitar por múltiples senderos que como hilo de Ariadna vayan desentrañando el laberinto y lo pongan de frente a su destino.
“Siempre traté de huirle, una vez y otra, cuando no estaba realizado con el trabajo que hacía, volvía sobre el papel y daba rienda suelta a las ideas. Al pensarlo ahora me doy cuenta que todo el tiempo di vueltas alrededor de lo mismo, solamente en algo que implicara creación me sentía realmente satisfecho. Hoy sé que todo eso tuvo que pasar, para que me diera cuenta que la pintura era definitivamente mi camino”.
Camino que se moldeó en los límites del arte, como rotulista, jefe de un taller de Pintura Mural, diseñador de una empresa de decoración arquitectónica y por último, diseñador escenográfico para programas de TV. Todo el tiempo lejano y a la vez tan peligrosamente cerca, bordeando el centro y huyéndole, en ese tironear de fuerzas opuestas que describe la física como el balance justo para poder lograr el equilibrio.
Si es decir general que los cambios de siglo tuercen en ocasiones el curso de la historia, para Eduardo Yanes esto funcionó como profecía infalible, el siglo veintiuno le trajo un despertar de pinceles y el artista dormido en su interior se sacudió las dudas. La suerte estaba echada.
“A inicios del 2000 comencé a pintar seriamente, en Mundo Latino, donde trabajaba entonces, tenía mucho tiempo libre y decidí dedicarlo a eso. Rescaté algunos materiales que aún me quedaban regados por ahí, otros me los regalaron y con eso empecé. Enseguida le cogí el gusto, me sentí atrapado. Nada, que las cosas tiene su momento y el mío era ese, simplemente me tocaba”
Desde entonces y hasta ahora, Yanes ha transitado por diversos senderos, buscando su propia personalidad artística. En un inicio fue la ciudad, inspiración constante de su obra, hacia la que vuelve una y otra vez, mostrándola abiertamente desde su propia mirada o simplemente sugiriéndola en su ambiente y en detalles que se pierden entre los planos texturados, otra de las características perennes en su trabajo. Usa la textura y sabe cómo hacerlo, sacando partido de las formas que sus volúmenes sugieren y adecuándola a sus necesidades expresivas. Si en el primer momento esto fue un auxiliar que ayudaba a reforzar la figuración, hoy es el elemento unificador que convierte fondo y figura en un todo equilibrado y coherente desde el cuál el artista nos expone su poética propia.
Si tuviera que definir con una sola palabra la obra de Yanes, diría ante todo que es altamente lírica, porque hay en ella una búsqueda poética, sintética y atractiva que está destinada a estimular los aspectos emocionales de quienes la observan. En cada cuadro se vislumbra una historia, que sin llegar a hacer de su pintura una pintura narrativa, rehuye el concepto para mostrar la esencia de la idea, que es como decir, en este caso, la raíz del sentimiento que la anima. Estrechamente vinculada al mundo de la poesía, de lo cual es testigo la exposición que hiciera en homenaje al centenario de Dulce María Loynaz, es capaz de llegar hasta nosotros provocándonos el irrefrenable deseo de develar el misterio esbozado en cada pieza.
Desde una perspectiva intimista, se nos plantea un discurso que incursiona en el terreno de la problemática existencial del hombre. Unas veces, es la identidad, reflejada desde el elemento de las tejas, que son resignificadas desde una dimensión diferente para formar parte de la figura humana. Como todo cubano, para Yanes las tejas son un elemento identificador de la ciudad, alusión poderosa al origen, las tradiciones, la ideosincracia, parte indisoluble del bagaje cultural que cargaremos de por vida, sea cual fuese el entorno que nos rodee. De esta forma, cubrirse con las tejas, abrazarse a ellas, llevarlas como manto, pelo, ropa, no es más que aferrarse a las raíces, de ahí que lo que en un momento podría parecernos simplemente decorativo, se nos viene perfilando como un afianzamiento en lo cubano, en lo autóctono, en lo nacional.
Otras veces, como en “Oficio de ángel” su mirada se gira hacia la religión, nuevamente para releerla, estableciendo un paralelo entre la dimensión humana y la divina, presentada a través de la figura de los ángeles. Pero este ángel humanizado, despojado de su condición etérea e impoluta, es un ser que siente la nostalgia de ser hombre, que tiene en el hombre su mayor modelo y referente y que por tanto redimensiona nuestra condición, mostrándonos que somos poseedores de un poder que a veces menospreciamos.
En sus obras, la nostalgia es una constante, este volverse hacia dentro, que no es más que un llamado a la búsqueda del autoconocimiento, a la manera de las sabidurías ancestrales, constituye quizás el componente que mejor identifica su discurso. El artista nos invita a encontrarnos, a solidarizarnos con esta posición meditativa, de buscar en el espíritu la razón de nuestra existencia, y para lograrlo, hace uso de colores cálidos, prefiriendo la gama de los sepias y los verdes ,por la relación que estos mantienen con la creación del hombre y la naturaleza.
Con una paleta cada vez más racionalizada, logra imprimir su modo de crear a distintas posibilidades de representación, consiguiendo la lógica correspondencia entre el contenido y la riqueza formal que lo transmite. Incluso en su última exposición, donde nos presenta una manera de hacer diferente, se sigue vislumbrando este afán de la autorreferencialidad, en este caso volcado hacia el mundo de las relaciones de pareja, pero dotándolas de una teatralidad que va desde el abrazo hasta el desgarramiento de la separación, pasando por todo lo que tiene de hermoso y terrible el universo del EROS, como él titula a esta serie. En un complejo sistema de representación donde la abstracción de los fondos prevalece sobre la figuración estilizada e incompleta, está contenido el mundo pasional de los humanos, violento y tierno, siempre moviéndose peligrosamente entre los temidos extremos, desdibujándose en los recuerdos de nuestra historia anterior, de ahí la mística sensual que irradian estos cuerpos que se interconvierten creando un todo armónico que invita a la búsqueda del imposible límite entre ellos.
Puede hablarse entonces, en este caso, de pintura en progresión, ya que aún sin estar influenciada en forma directa por las tendencias más actuales de nuestro panorama artístico, ha venido desarrollándose como parte de un proceso evolutivo, en el cuál el artista se siente cada vez más seguro en su modo de hacer y no teme incursionar en otros mecanismos formales que sirvan mejor a sus propósitos. Evidentemente, Yanes no busca deliberadamente un estilo, ni siquiera un sello identificador, que en ocasiones no es más que el manejo con variaciones de cierta cantidad de símbolos y disposiciones, sino que ajusta su modo de hacer reformulando las propuestas, avanzando y volviendo sobre si mismo, incursionando a veces en el postmoderno plano de las apropiaciones y variando sin temor las técnicas, los materiales, el propio discurso.
No obstante, y aunque él lo niegue, creo que existe un sello personal en la obra de este artista, es ese algo intangible, que está más allá de la razón, mucho más allá de la definición teórica, pero que se aloja en un punto impreciso donde somos tocados por una energía mística que nos hace mejores y que solo la logra la magia del buen arte. Nace de él que así sea o tal vez de ese rayo de sol que ahora le da en la espalda mientras está acostado sobre el lienzo, dándole a su labor los retoques finales. A su lado un nuevo lienzo, virgen, espera ser violado por la espátula, como siempre es un círculo, sin final ni principio, o mejor, para siempre, por siempre, en el principio, cuando todo el camino, o al menos ,lo mejor del camino, está aún por desandarse.
Es mediodía en La Habana, silencio. La creación empieza.
Sussette Martínez Montero
Junio 2004