En un mes de mayo, allá en la ciudad de Córdoba, vi la luz, aunque el lugar que tenía guardado para arrancarme a la vida, es esta tierra salteña, que supo cobijar a toda la familia con ese amor característico de su gente.
Mi ascendencia paterna, me lleva a descubrir a mi bisabuelo, don Félix Revol, francés, llegado a nuestro país entre los años 1838 a 1842, ingeniero de carrera pero pintor de espíritu. En el Museo Nacional de Bellas Artes, se encuentran dos de sus obras: "Tiburcio Aldao" y "Tránsito Zavalla de Aldao", como así también en el Museo Histórico Nacional el retrato ecuestre del Coronel Martín Santa Coloma y en el Museo Histórico de la ciudad de Santa Fe, el del General Pascual Echagüe.
Le sigue una producción no academizada, como el antiguo techo de la Catedral de Tucumán y el friso en el altar mayor de la Catedral de la ciudad de Santa Fe. Esos orgullosos genes hereditarios, me prepararon a conocer la belleza en todo y a pintar con verdad, esa verdad que basta. Desde esa partida, recién pública en el año 1995, he escogido los temas del paisajismo y del dominio tradicional, hechos para seducir y no para sorprender.
Pero desde años anteriores incursiono en cerámica, con una arcilla dócil, de referencia utilitaria. En este caso, es más cerámica que pintura pero pintura no obstante, caracterizada por el refinamiento sencillo de sus superficies y por su cromatismo nada espectacular.
Mi laboratorio es la vasta naturaleza, donde aplico el provecho de esa alta luminosidad para captarla en la tela, matizada de realismo moderado. De repente, se puede comprender una paleta restringida con colores que componen el espectro solar, donde predominan los ocres a las tierras pardas.
Esta obra, figurativa por excelencia, con la ayuda de colores claros, define un amor a esta tierra en paisajes directos, sin aderezo. No hay escenografía ni arreglo, es la verdad desnuda en la frescura de la paleta, con fina luz y transparencia de aire límpido y respirable que aprovecho para que el espectador sorba a bocanadas.
Son pinturas al margen de toda convención, tomadas en sitios ordinarios con calles sencillas, habitadas por gente sencilla. Pretenden demostrar el estilo, la fuerza y la majestad humana de este suelo salteño, realidad que me otorga una experiencia tan viva que siento la necesidad inquieta de expresarla.
La tendencia hacia los aspectos inmóviles y sólidos del paisaje, sobriamente coloreados, me complace lucirlos en óleo, acrílico y temple, técnicas mixtas administradas con un pincel decidido en plasmar, a veces, los trazos de un golpe, con fuerza y sabor sensible.
He aprendido que todo paisaje es hermoso y enseña a mirar atentamente la naturaleza y a copiarla dócilmente. Por ello, también aporto la misma paciencia amorosa por las costumbres de los habitantes pueblerinos, descubriéndome más generosa en intenciones que fecunda en obras decisivas.
Toda esta pintura que puede apreciar es una verdad emotiva y espiritual y de la que me ...