Todas las obras de Manolo Messía
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El laberinto es el lugar donde se esconde el conocimiento, el orden oculto generado por la naturaleza[...]
El laberinto es el lugar donde se esconde el conocimiento, el orden oculto generado por la naturaleza o por una mano extremadamente cuidadosa, sabia. La naturaleza atesora, tal vez, en la distancia en la que nos refleja, en la que podemos constituirnos de forma activa, algo de esa ordenación que nunca acabaremos de saber si es propia o impuesta por el observador. Los laberintos de lo natural constituyen el marco en el que desarrolla nuestra existencia. El artista tiene siempre, aunque lo niegue, una vocación de demiurgo, de constructor de laberintos que escondan una forma de conocimiento que, en la lejanía, deje ver la concertada claridad que marca la dirección del sendero, entre la tupida espesura, entre la maraña escogida, crecida y muerta bajo leyes precisas. El laberinto no es el lugar de la mera confusión, sino el de un concierto tan extremado como oculto.
En la obra de Manolo Messía hay siempre un enfrentamiento de dualidades, una abstracción modular, juegos de repetición y diferencia, construcciones que están en el límite que inaugura lo sígnico. Son teselaciones en crecimiento, laberintos que se desarrollan según fórmulas secretas que incluyen, condescendientemente, lo aleatorio.
El grabado sobre un magma caliente, la recta negra que se opone a la mancha de color, la taracea de piezas enlazadas, los encuentros entre el espacio real y la abstracción geométrica, la huella del palimpsesto, la geometría de formas acendradamente pictóricas, la taracea árabe, las celosías que crean jardines y laberintos, enredaderas que remiten a un crecimiento en espiral, todos ellos ritos ancestrales de fecundidad acuática, petroglifos en los que se unen formas de desarrollos contrapuestos.
En las esculturas hay referencias figurativas casi invisibles, temas que se repiten como un eco primitivo, exterior a la obra. Son piezas de crecimiento animal, de evolución vertical, en las que siempre hay una continuidad implícita de fondo, nexos constantes. En sus "Corazas" el color crea espacios interiores, equilibrios, recodos, enredos, multiplicación fractal de las dimensiones, obras en las que se acumulan las formas, los puntos de vista que las subdividen, que tienden a esconderse en las esquinas multiformes del laberinto interior. Toda obra se pierde y se reencuentra caminando por las vías que se cruzan y divergen, en el tejido de ese laberinto interior.
Gabriel Rodríguez
En la obra de Manolo Messía hay siempre un enfrentamiento de dualidades, una abstracción modular, juegos de repetición y diferencia, construcciones que están en el límite que inaugura lo sígnico. Son teselaciones en crecimiento, laberintos que se desarrollan según fórmulas secretas que incluyen, condescendientemente, lo aleatorio.
El grabado sobre un magma caliente, la recta negra que se opone a la mancha de color, la taracea de piezas enlazadas, los encuentros entre el espacio real y la abstracción geométrica, la huella del palimpsesto, la geometría de formas acendradamente pictóricas, la taracea árabe, las celosías que crean jardines y laberintos, enredaderas que remiten a un crecimiento en espiral, todos ellos ritos ancestrales de fecundidad acuática, petroglifos en los que se unen formas de desarrollos contrapuestos.
En las esculturas hay referencias figurativas casi invisibles, temas que se repiten como un eco primitivo, exterior a la obra. Son piezas de crecimiento animal, de evolución vertical, en las que siempre hay una continuidad implícita de fondo, nexos constantes. En sus "Corazas" el color crea espacios interiores, equilibrios, recodos, enredos, multiplicación fractal de las dimensiones, obras en las que se acumulan las formas, los puntos de vista que las subdividen, que tienden a esconderse en las esquinas multiformes del laberinto interior. Toda obra se pierde y se reencuentra caminando por las vías que se cruzan y divergen, en el tejido de ese laberinto interior.
Gabriel Rodríguez
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