Ignacio Candel

Siempre fui fiel amante de las nuevas sensaciones. Se que llevo conmigo un dinamismo que solo en pocas oportunidades logro manifestar, a pesar de ser estas, las que me conciben como un ser único y diferente, y las que a su vez contagian mis momentos con aires distintivos. Razón por la cual muchos me deben catalogar como ostentoso y pendenciero.


Sin embargo, fui victima de una fuerza mayor que a lo largo de toda mi vida ha sabido impulsarme a naufragar en un mar de acontecimientos totalmente desconocidos, no solo por mí, sino también por los que en aquel entonces sabían comprenderme y cobijarme. Padres, amigos y amantes fueron victimas de tales impulsos. Hubo decepciones, a raíz de las cuales tuve que afrontar momentos críticos en mi vida sentimental. También hubo llanto y odio. Inexperiencia y mocedad.

Tal es el cambio radical que he sufrido en estos últimos años, que hasta creo haber comprendido la trascendencia que tiene el error humano. Así como adoptamos al logro y al éxito como algo nuestro personal e íntimo, deberíamos hacerlo también con la desidia o el tropiezo. Afianzarnos a ellos y valorarlos tanto o más que al acierto. Gran parte de nuestra evolución como seres racionales y sentimentales se ve condicionada justamente por ese factor: La negación del error propio, o lo que es peor, la adjudicación del mismo a un tercero.


Todos nacemos con un don, todos podemos ser considerados artistas. Pero como tales, nuestra productividad se ve condicionada por nuestro estado de ánimo. Hoy pertenezco a esa clase de jóvenes soñadores que vinimos al viejo continente con el objeto de conocer y encontrarnos...buscar nuestro destino o recrear nuestro pasado. Es decir, vine a comenzar mi nueva vida. A renacer y consolidarme como persona, como hombre... Por lo cual, lógicamente mi productividad se ve afectada directamente por todos estos pequeños grandes acontecimientos que nos toca vivir a la hora de cambiar tan radicalmente nuestra historia. Es decir que, por momentos, la búsqueda constante de la felicidad (en mi caso representada por la pintura y el dibujo) nos aleja de la misma o nos conduce a otros senderos. Barrios desconocidos, inexplorados. Ámbitos, situaciones o parajes diversos afectan nuestra cotidianidad. De nosotros depende saber aprovechar esas nuevas experiencias o estancarnos en la tan cómoda y mediocre idea de “con lo que la vida supo agasajarnos”.

Día tras día el mundo me enseña puertas diferentes. Yo por mi parte procuro abrir aquellas que prometen darme algo positivo a cambio... Aquí estoy ofreciendo una porción de mí. Abro una nueva ventana, aún virgen y despintada. Sin persianas ni cortinas. Pero a su vez, suficientemente grande como para permitir el paso de una brisa tan acogedora y hospitalaria como la misma esperanza.

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