Loic Tarin (Doudoudidon)

El hombre es un animal genéticamente programado para crear sus leyendas: ésta es una verdad inequívoca y poderosa, de la que el arte es una manifestación arquetípica. Impulsado por este innato impulso incontenible y con una espontaneidad primordial, Doudoudidon se esfuerza en sus figuraciones de uros, mamuts y bisontes por redescubrir los gestos de los primeros artistas rupestres. A menudo se asocian con etiquetas y graffitis, como para afirmar la relación, la continuidad genealógica experimentada entre ambas expresiones gráficas.

La historia de nuestra especie –por no hablar de nuestra composición genética– es muy reciente en comparación con la del reino de los seres vivos en su conjunto. Doudoudidon, profundamente marcado, casi hipnotizado, por la teoría de la evolución y la figura de Charles Darwin, se refiere repetidamente a ella en su obra para recordarnos nuestros orígenes reales y nuestra modesta condición. A veces, irónicamente, cuando sus pinturas presentan dibujos animados improbables o superhéroes degenerados; muchas veces, con asombro, ante las maravillas y misterios de nuestro universo; pero a veces, con el ojo triste de un terrícola, viendo en la fauna y en la flora una parte de esta belleza, en el aún breve lapso de su propia vida, ineluctablemente extinguiéndose.

Dedicado a los grandes ciclos que guiarnos, los tótems aparecen como leitmotiv en su obra :
Madonas, heroínas y sirenas, rara vez mojigatas, promesas de fertilidad.
Representaciones del embarazo, a menudo de naturaleza radiográfica, a veces utilizando radiografías médicas recicladas como apoyo ; y regularmente inscritos, como si fueran mandalas, en un círculo más amplio que evoca la evolución o incluso esferas más místicas.
Criaturas biónicas y escenas post-apocalípticas, siempre imbuidas de cierta burla y picardía. De hecho, Doudoudidon detesta la idea de predicar o dar aires. Su trabajo está impregnado de benevolencia natural y es con genuina modestia que nos invita a preguntarnos sobre nuestra nociva estupidez.

Si Siempre quedan fuerzas místicas, que habitan en nuestro ADN y en nuestra igualdad estructural con nuestro entorno y los seres que lo habitan. La iconografía de Doudoudidon presenta una reminiscencia obsesiva de lo que pudimos haber sido (ya sea solo en nuestras leyendas) pero, sobre todo, de lo que debemos recordar que somos, para no correr el riesgo de perder nuestra esencia a manos de los avatares cibernéticos.

¿Deberíamos ver allí una contribución artística «importante»? Para el autor, esta pregunta tiene poco sentido y parecería infundada. Una de las vocaciones de una obra de arte es la de ser un objeto metafórico –en el sentido etimológico de la palabra: cuando se produce la resonancia, lleva al espectador hacia diferentes dimensiones perceptuales de donde regresa con el alma deslumbrada y un sentimiento de mayor sensibilidad. Para experimentarlo no se requiere ningún bagaje cultural previo. El arte no es una conferencia sobre arte y basta con dejar hablar la misma voz interior que llevó a nuestros antepasados ​​«prehistóricos» a realizar las primeras obras maestras rupestres.

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